Amor más allá de la vida y la muerte.
Cuenta la leyenda, que mucho tiempo atrás, cuando los dragones eran los guardianes de los castillos, en un pueblecito cercano existió una niña llamada Xenia. Esta pobre niña se encontraba sola en el mundo, sin padres y sin nadie que la quisiera. Ante el abandono de la chiquilla, se reunieron las autoridades de aquel pueblo, y acordaron darla en adopción a un matrimonio muy adinerado, pero con tan mala suerte que aún empeoró más su situación. Aparte de no darle amor, la obligaban a trabajar día y noche sin apenas descanso. La pequeña no tenía tiempo ni para hacer amigos y nunca pudo jugar como los demás niños.
En esta triste situación fue pasando el tiempo, y la niña creció y creció hasta convertirse en una preciosa joven y bella, pero en su cara se podía ver su tristeza y falta de libertad. Sus únicas salidas eran ocasionales, cuando su madre de adopción la mandaba a comprar o hacer algún recado. Lo que ésta no sabía, es que la chica esperaba con desesperación la única oportunidad que tenía de salir, para verse con un joven galán que en una de sus salidas conoció, y del que se enamoró entregándole su corazón.
Fueron pasando los días, y aquel amor que ambos sentían se fue fortaleciendo. Sin embargo, su felicidad iba a durar poco: el destino se iba a interponer en el disfrute de este amor pasional de los jóvenes.
Al descubrir su malvada madre esta relación, se opuso rotundamente, alegando que el joven era hijo de un matrimonio enemigo de su familia. Prohibió que viera a su enamorado sin tener en cuenta los sentimientos de su hija. A pesar de ello, se las ingeniaba para quedar a escondidas en la mínima oportunidad que se le presentaba.
Fue pasando el tiempo, hasta que la perversa madre los sorprendió en uno de sus encuentros, y dando un grito, sin apenas preguntar ante los sorprendidos jóvenes, se dirigió a su supuesta hija, y la cogió por el pelo arrastrándola hasta su casa. De nada sirvieron las suplicas y el llanto desesperado de la joven; y sin ninguna clase de escrúpulos la encerró en su habitación. Allí permaneció prisionera por un tiempo, sin apenas comer, y sin parar de llorar. Poco a poco se iba deteriorando, y pedía a Dios que acabara su agonía.
Un día de aquellos, el joven enamorado llamó a la puerta, donde sabía que encontraría a su amada. Pero su decepción fue grande, al abrirle su supuesta madre que, gritándole, le espeto:
- ¿Qué haces tú aquí?
El muchacho muy nervioso por la furia de aquella tirana contestó:
- Vengo a ver a su hija que hace tiempo que no la veo.
- Está castigada y no quiero que vaya con gente ambienta como tú. Tú eres un plebeyo y Xenia tiene demasiados lujos aquí conmigo.
El joven, un poco alterado y nervioso dijo:
- ¡Pero señora, el dinero no lo hace todo en la vida, amo a su hija y pienso hacerla feliz! La quiero demasiado, y aunque se oponga a nuestra relación no podrá impedir nuestro amor.
La mujer se quedó un momento en silencio, para segundos después alzar la voz diciendo:
- ¡Está bien!, si es lo que quieres puedes quedarte con ella, pero a cambio te pondré a prueba. Si eres capaz de traerme el cáliz que hay en el castillo, podrás casarte con mi hija. De lo contrario, te prometo que no la volverás a ver jamás.
Sin pensarlo mucho, el joven enamorado se dirigió al castillo, teniendo que enfrentarse a los temibles dragones, brujas y demonios. Era tanto el amor que sentía por la joven, que le dio fuerza para derrotar a los temibles enemigos que protegían el castillo.
Muy contento y triunfante se dirigió en busca de su amada, pero grande fue su sorpresa y desilusión al ver, que en aquel mismo momento, se estaba desposando con un hombre ya anciano, cuyo nombre era Fernando.
Aquella malvada madrastra, no quiso esperar el triunfo del joven, ya que daba por hecho que sería derrotado por aquellos invencibles dragones. Ante su tremenda decepción, el joven gritó:
- Xenia, ¿qué haces amor? ¿Éste es el pago que me das, después de exponer mi vida enfrentándome a dragones, brujas y demonios? ¿Ya no me amas? ¿Amas a este hombre? ¡Dímelo Xenia! ¡Acuérdate de nuestra promesa de amor, me jugué mi vida por ti! ¡Yo nunca te podré olvidar y te seguiré amando después de mi muerte!
Y sacando su espada, se la clavó a sí mismo en el corazón.
Arturo, así se llamaba su gran amor, cayó desplomado al suelo. Xenia, al ver como yacía muerto sobre un gran charco de sangre, salió corriendo y perdiéndose entre la multitud de gentes que paseaban y sin un rumbo determinado, se tropezó con la única botica que existía en aquel pueblo y entro. Compró veneno, y llorando desconsoladamente se lo tragó de un sorbo.
Apenas había dado unos pasos, cuando la pobre moza cayó desplomada sin vida.
Las leyendas dicen, que los dos cuerpos están enterrados en la cripta de la Iglesia, y que todos los enamorados les hacen una visita al menos una vez al año, para jurarse amor hasta la eternidad.
Este cuento lo he escrito, para que nos demos cuenta de los limites del amor, y hasta donde se puede llegar, sin podernos controlar por lo que sentimos hacia el ser amado.
Como dijo el apóstol Pablo en su carta a los corintios:
“El amor no tiene limites, ni entiende de razas, ni de colores. El amor nunca morirá, porque es lo único que queda del ser humano”.
Yosep