<font color="Navy">[size=18]Íbamos llegando unos tras otros, el bullicio y la algarabía dejaban entrever la alegría de volver a reencontrarnos como era nuestra costumbre cada vez que
sentíamos la llamada de nuestras raíces, y allí mirando hacia el balcón donde las filigranas del los hierros nos
daban la bienvenida, volví a sonreír al saludo cordial de los que ya habían llegado antes.La misma ceremonia de siempre ,abrir la puerta ,para encontrarnos con la inmensa sala que nos acogía con la frialdad de permanecer
cerrada durante un tiempo prolongado, y allí de pie majestuoso, en la pared del
frente, estaba el Chinero, ese mueble que guardaba todos los secretos y recuerdos de la abuela que año tras año nos contemplaba en nuestro ir y venir
acomodando los equipajes,a su lado, escuchamos mil y una historias al calor de
la lareira, y con el paso del tiempo fuimos nosotros quienes las
contamos para nuestros benjamines, noches de fiesta con la abuela presidiendo la gran mesa y cantando las mejores canciones de nuestra tierra. En un instante, los recuerdos agolparon mi mente y fueron pasando como una película mientras de mis ojos afloraban las lagrimas de la añoranza y también ¡porque no! de la dicha,la
inmensa dicha de poder estar una vez mas todos reunidos. El, impasible, con sus chupitos para el Licor de Café con sus pocillos y sus copas inamovible nos daba la bienvenidaa la vuelta a nuestra infancia, juventud y madurez pues desde mi uso de razón estaba acomodado en la gran sala. Curioso como unos trozos de roble bien labrados por un magistral carpintero podían llevar en sus entrañas toda la esencia y el abolengo de una familia. Volveríamos a contar historias,hablaríamos de los que ya no están pero El siempre, siempre presidirá la sala.[/size]</font>