<b>Ganan espacio en los ataúdes, estrechos y austeros,<br>contrayendo sus miserias, los cadáveres.<br>En el gran carnaval de sus noches sitiadas<br>se yerguen, juiciosos, para arrastrar su fulgor sonámbulo<br>al ayuntamiento del patriarca, que mora en un nicho floreado,<br>Saturándolo de emulsiones y extrañas viscosidades.<br>Este recita, por las noches de sol radiante, algunos versos.<br>Dijo en la última alborada de Hécate:<br> <br>''Tímidos son los cuernos que ante la carne<br>Se reprimen por pulcritud y por recelo,<br>Y crueles, nocivos son aquellos zarpazos<br>Que yerran por el vil temblor del pánico.<br>¿En que, los colmillos de la sierpe,<br>ha de depositar su amor sin reprimendas?<br>Ante el azotar que abre la carne y la desangra<br>Solo la risotada imbécil, que disloca las quijadas,<br>Puede representar el papel de amante de la humanidad.''<br><br><br>Todo esto fue dicho en la última alborada<br>de la oscuridad de Hécate y su descenso,<br>en el festín inmisericorde y gozoso<br>de los cadáveres de guerras perdidas.<br>Una pintura, detrás de la escena terrible,<br>figuraba cuencas oculares llenas de pimientas y sales,<br>y como ruin guisandera se enaltecía<br>a una virgen con alambres de púas entre las piernas.<br> <br>Todo esto fue vivido por los muertos<br>En la primera noche solitaria de Ananké,<br>Y los buitres se tornaron multicolores,<br>Y ya no hubo más dolor que la piedad y el amor.<br> <br><br><br>CEMENTO.-</b><br>